Segundo Michel Chodkiewicz, Ibn Arabi nesta sua obra colossal dedica um volume inteiro, comportando toda a sexta seção, reunindo 99 capítulos, às «estações espirituais» . No tocante à realidade das estações uma nota em sua obra O INTÉRPRETE DOS DESEJOS merece ser assinalada: «As estações (maqamat) não têm existência senão pela existência daquele que aí se mantém (al-muqim)». A concepção comum de uma «escada» das estações existindo por ela mesma e disponível para quem quer que empreenda subir os degraus da ascensão para Deus é portanto imprópria: Os degraus da escada não aparecem senão no momento em que o aspirante aí põe seu pé e sua repartição se conforma as predisposições de cada ser; o que explica que de uma autor para outro, a hierarquia e o número de estações possam apresentar diferenças consideráveis. Por outro lado, «o percurso das estações não consiste em deixar para trás a estação precedente para alcançar a seguinte, mas em obter algo que lhe é superior sem deixar esta estação na qual já se encontravas. Consiste em "ir adiante" e não em "partir de"». Disto resulta que todo possuidor de uma estação possui eminentemente as estações anteriores. Enfim e sobretudo como sublinha a passagem já citada do Tarjuman, o «coração maometano perfeito — aquele dos awliya que recolheram a plenitude da herança profética — é «liberado das cadeias das estações». Trata-se de um leitmotiv que percorre a obra de Ibn Arabi inteira. [Ibn Arabi: AS ILUMINAÇÕES DE MECA]
A estação (maqam) consiste naquilo que o servidor esteja preste e apto a assumir, como é da estação da paciência, ou da gratidão. Quando ele assume completamente uma tal condição, ele é chamado um "mestre" (ou adepto da estação). Atrás da estação obtida, há outra a alcançar, "pois não há nenhum dentre vós ao qual não esteja designada uma estação conhecida (dEle)"(Corão 37,164). A aquisição da estação no sentido verdadeiro implica ser qualificado totalmente pelo agenciamento de Deus na diversidade das condições da via.
Comentário: Enquanto o estado místico é julgado habitualmente transitório e passageiro, a estação é tida por um grau espiritual adquirido. Eis porque atribui-se aos adeptos das estações uma estabilidade, uma clarividência e uma maestria que fazem falta aos adeptos dos estados místicos submetidos à variação e à mudança, sabendo que "Deus agita os corações como quer" segundo um hadith. Os capítulos III e IV do Tratado do Espírito Santo tratam respectivamente dos estados místicos e das obras espirituais das quais cada uma corresponde a uma estação determinada do itinerário espiritual. Misri (859) seria o primeiro teórico dos estados e estações que se aplicou a definir e classificar qualitativamente segundo dados de sua experiência mística. As rubricas clássicas do sufismo só fizeram sistematizar este repertório que se tornou progressivamente mais complexo a partir do século XI. A experiência pessoal vivida das etapas da transformação espiritual começa então a se fixar no corpo da tradição literária. [Ruzbehan de Shiraz: Excertos de seu LÉXICO DO SUFISMO (Ruzbehan Tratado Espirito Santo)]
En la experiencia humana corriente, los fenómenos infinitamente cambiantes, en constante flujo y reflujo, ocupan el puesto del Señor. Actúan positivamente sobre el hombre, influyen en él, lo empujan de aquí allá y lo encadenan. En esta situación, el hombre es un siervo o un esclavo. Su mente se divide y se lanza en todas las direcciones, en pos de las camaleónicas formas de las cosas y acontecimientos.
Una vez que el hombre se libera de la esclavitud y transciende el esquema común de la experiencia, la escena que se desarrolla ante sus ojos adquiere una apariencia enteramente distinta. La visión caleidoscópica sigue presente. Las cosas y acontecimientos prosiguen sus cambios y transformaciones. La única diferencia esencial entre ambas fases reside en el hecho de que, en la segunda, todas esas cosas y acontecimientos aparecen y desaparecen lentamente reflejados en el espejo pulido del «interior» del hombre. Y éste no se ve envuelto en el ajetreo de los fenómenos incesantemente cambiantes.
En esta fase, el hombre es un observador tranquilo de las cosas, y su mente es como un espejo lustroso. El hombre acepta todo lo que entra en su «interior», y ve, imperturbable, cómo sale y se aleja. Para él, nada lia de ser rechazado, pero tampoco hay nada digno de ser perseguido. Se encuentra, en definitiva, por encima de lo «bueno» y lo «malo», lo «correcto» y lo «erróneo».
Un paso más y alcanza la fase de «indiferenciación» donde, como ya hemos visto anteriormente, todas las cosas se «caotizan». En este plano, sigue habiendo cosas, pero sin límites ni fronteras que las separen «esencialmente» unas de otras. Se encuentra en la fase de la Transmutación cósmica. Huelga decir que, en su aspecto subjetivo, la Transmutación representa una fase espiritual del hombre.
Como resultado del «ayuno de la Mente», el hombre carece por completo de «ego», de modo que se unifica con las «diez mil cosas», se convierte en las «diez mil cosas». El mismo va cambiando con las diez mil cosas. Es sujeto de Transmutación. Se realiza una completa y perfecta armonía entre el «interior» y el «exterior». Ya no hay distinción entre ambos.
Utilizando la terminología de Ibn Arabi, podríamos decir que, en este elevado nivel de desarrollo espiritual, el hombre se encuentra subjetivamente situado en la Unidad de la Existencia (wahdat al-wuyud) y, en ella, experimenta personalmente el mundo del Ser. Zhuangzi describe así la cuestión:
Todas esas cosas se substituyen unas a otras ante nuestros ojos, pero nadie puede seguirlas, mediante su intelecto, hasta su origen real.
Sin embargo, estos cambios no poseen poder bastante para perturbar [al hombre «sentado en el olvido» porque está completamente unificado con la Transmutación), ni pueden entrar en el «tesoro más secreto» [[de ese hombre].
Por el contrario, él mantiene [su «tesoro más secreto»] en serena armonía con [todos los cambios|, de modo que se unifica con ellos sin que se produzca obstrucción alguna y sin perder jamás su deleite espiritual.
Día y noche, sin cesar, disfruta de la marea viva con todas las cosas. Fundiéndose con [[las cosas infinitamente cambiantes, en un plano suprasensible de la existencia], sigue produciendo en su «interior» el «tiempo» [del mundo].
Es lo que llamo la perfección [o sea la realización perfecta] de la potencialidad humana.
Cuando un hombre alcanza esta elevación en su desarrollo espiritual, merece plenamente el título de Hombre Perfecto. Sin embargo, ésta no es la última etapa del proceso. Hay una fase más, la de «ausencia de Muerte y ausencia de Vida». Zhuangzi la denomina a veces el «límite extremo (zhi) del conocimiento (zhi)». En esta fase el hombre se encuentra completamente unificado, no con las «diez mil cosas» perpetuamente cambiantes, como sucedía en la anterior, sino con el «Misterio de Misterios», el estado metafísico fundamental de lo Absoluto, en que éste no ha descendido todavía a la esfera de la Transmutación universal. El hombre está tan completamente unificado con la Vía que ni siquiera tiene consciencia de estarlo. En esta fase, la Vía no está presente como tal en la consciencia del hombre, ya que no hay ni rastro de «consciencia». El «olvido» es completo, y su realización se explica en función del hecho metafísico de que lo Absoluto, la Vía, es, en su absolutidad, Algo que ni siquiera puede llamarse «algo». De ahí la costumbre, en las filosofías orientales, de referirse a lo Absoluto como Nada. [Toshihiko Izutsu – Sufismo e Taoismo]