Henry Corbin: Corpo Espiritual e Terra Celeste
Ahora ya no nos sorprenderemos al encontrar al comienzo del himno a Zamyat la mención de las montañas, y no veremos en ello un mero "catálogo orográfico carente de cualquier contenido religioso". Y esto es así porque el resplandor de las auroras en sus altas cimas, sus torrentes de agua, las plantas de inmortalidad que en ella crecen, nada de eso es la Tierra empírica a la que se accede por el control neutro de las percepciones sensibles. Es la Tierra percibida en Eran-Vej como Tierra iraní original; es una Tierra que la Imaginación activa mazdeísta ha transformado en símbolo y centro del alma, y que se ha integrado a los acontecimientos espirituales que la propia alma vive. Ahora ya podemos entrever cómo lo que el alma capta a través de su Imago Terrae es en realidad, con su propia Forma imaginal, su Imagen-arquetipo, su propia dramaturgia mental. La "geografía imaginal" es el lugar donde transcurren los acontecimientos del alma. Sin ella, ya no tienen lugar, "no se producen".
Ni la aurora, ni las aguas que fluyen, ni las plantas se perciben como equivalentes de lo que llamamos fenómenos astronómicos, geológicos o botánicos. La aurora en la que se muestra Daena, las aguas celestes de Ardvi Sura, las plantas de Amertat, todas ellas, auroras, aguas y plantas, se perciben en su Ángel porque, bajo su apariencia, esta aparición es la que se hace imaginativamente visible. Y así es también el fenómeno del Ángel; la figura en que la Imaginación activa se muestra, se manifiesta a sí misma bajo la apariencia formal, es la figura de los Ángeles de la Tierra. Por eso los fenómenos terrestres son algo más que fenómenos: son las hierofanías propiamente mazdeístas que, en los seres y las cosas, revelan quiénes son estos seres y estas cosas, es decir, quién es su persona celeste, fuente de su Xvarnah. Dicho de otro modo: seres y cosas, transformados por la Imaginación en su estado sutil (menok), se manifiestan como los actos de un pensamiento personal y constituyen sus hierurgias.
La Imaginación activa percibe, se muestra a sí misma, una Tierra distinta a la que es visible por la experiencia sensible común. Esa otra Tierra es la Tierra que irradia y transfigura el Xvarnah. Pero la Luz-de-Gloria no es, desde luego, una cualidad material inherente a las sustancias sensibles y perceptible para todos los hombres indistintamente; desde un punto de vista fenomenológico debemos considerarla a la vez como Luz celeste que constituye, aureola e ilumina el alma, y como Imagen primordial que el alma proyecta de sí misma, y es por lo tanto el órgano a través del cual se muestra a sí misma las cosas terrenales transfiguradas, o en espera de la Transfiguración final. Es necesario pues que el alma tenga de sí misma una Imagen tal que, al proyectarla, pueda encontrar en su visión esta Luz-de-Gloria. Y es precisamente con el alma llevada a la incandescencia por esta Luz-de-Gloria con la que finalmente se identifica, como se puede ver, igual que Fechner, que "la Tierra es un ángel", o más bien se puede lograr que la Tierra se vea en su persona celeste, y que, con ella y a través de ella, se vea a todos los Ángeles femeninos de la Tierra, como "hermanas" o como "madre" del Ángel Daéna, el Yo celeste, Anima caelestis. Como la Imagen de la Tierra se concibe según la Imagen del alma, ésta se muestra ahora bajo la forma de un Ângel; su homología se revela en el parentesco mismo de sus Ángeles.