VIDE: BRANCO SAGRADO
Simbolismo
Frédéric Portal: DO SIMBOLISMO DAS CORES
Dios es la vida, es la unidad que abarca el universo; «Yo soy el que es», dice Jehovah. Tenía que ser el color blanco el símbolo de la verdad absoluta, del que es; solo el blanco refleja todos los rayos luminosos, él es la unidad de la que emanan los colores primigenios y los mil tonos que colorean la naturaleza.
La sabiduría, dice Salomón, es la emanación radiante de la omnipotencia divina, pureza de la luz eterna, espejo sin mácula de las operaciones de Dios e imagen de su bondad; es una y todo lo puede. Los profetas ven a la Divinidad cubierta de un manto blanco como la nieve, y su cabellera es blanca o se la equipara con la lana pura.
Dios crea el universo en su amor y lo coordina mediante su sabiduría. En todas las cosmogonías, la sabiduría divina, luz eterna, doma las tinieblas originales y hace surgir el mundo en el seno del caos.
«En el principio — dice el Génesis — creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y sin vida, y las tinieblas estaban sobre la haz del abismo y el espíritu de Dios planeaba sobre las aguas».
Según un oráculo citado por San Justino y Eusebio, los caldeos tenían la misma doctrina sobre la Divinidad que los hebreos. La denominaban fuego principio, fuego inteligente, esplendor increado y eterno, expresiones todas ellas que consagran igualmente los libros bíblicos. Jehovah aparece en una zarza que arde, una columna luminosa conduce a los hijos de Jacob en el desierto. El fuego sagrado del tabernáculo es el símbolo de la presencia de Dios en Israel, y el sol es su trono.
El Génesis asigna a la luz y a las tinieblas un imperio separado. Los antiguos persas atribuían al primer principio todas las nociones que guardaban relación con lo hermoso y lo bueno, y al segundo toda idea relativa al mal y el desorden.
Este dualismo se encuentra también en todas las religiones según observa Plutarco, observación que confirman los descubrimientos de la ciencia; los persas denominaban Ormuz al primero de estos dos principios y Ahrimán al otro.
«Ormuz — dice el Zend Avesta —, ensalzado por encima de las demás cosas, estaba en la ciencia suprema, en la pureza de la luz del mundo; ese trono supremo, ese lugar en el que habita Ormuz es lo que llamamos luz primera. Ahrimán estaba en las tinieblas con su ley, y el lugar tenebroso que habitaba es lo que llamamos tiniebla primera; estaba solo en medio de ella, él, al que llaman el malo».
Estos dos principios, aislados en el seno del abismo sin límites, se unieron y crearon el mundo. Y a partir de ese momento, su poder quedó limitado.
Las leyes de Manú enseñan a los hindúes que este mundo estaba sumido en la oscuridad; estonces, el Señor existente en sí mismo, brillando con el más puro resplandor, apareció y disipó la oscuridad.
El Poimandres, obra que, independientemente de quien fuese su redactor, reproduce la doctrina egipcia, establece el mismo dogma; aparece la luz y disipa las tinieblas, que se transforman en principio húmedo. En las tradiciones conservadas por los griegos, Osiris es el Dios luminoso; su nombre, según Plutarco, significa "el de ojos numerosos"; su cabeza está ornada de cintas refulgentes, sin sombra ninguna ni mezcla de colores. Tifón es el espíritu de las tinieblas y se identifica con el Ahrimán de los persas.
Virgilio, que había sido iniciado en los misterios y que describe su historia en su descripción del infierno, cuenta que, según los griegos, el dios Pan, blanco como la nieve, sedujo a la luna.
Pan era el principio universal que fecunda a la naturaleza; su nombre, su color y su cuerpo de macho cabrío a todas luces lo indican; la luna era símbolo del principio femenino, de la materia que recibe y refleja la vida como refleja la luna los rayos del sol. Entre los egipcios era Isis la divinidad lunar y la personificación de las aguas primigenias, de la noche y del caos.
La mitología griega se levantó sobre esta base general, y le dio toda su energía en los mitos de Júpiter y Plutón. Juan de Lidia atribuye el color blanco a Júpiter, padre de los dioses y de los hombres, mientras que Plutón es el dios de la morada sombría, el Ahrimán de los griegos.
Los romanos adoptaron las mismas creencias y, el uno de enero, el cónsul montaba vestido de blanco un caballo blanco y subía al Capitolio para celebrar el triunfo de Júpiter, dios de la luz, sobre los gigantes, espíritus de las tinieblas.
Las tradiciones orientales transmitidas a Egipto, Grecia y Roma se extienden por el norte de Asia, invaden Europa y pasan a América, donde volvemos a encontrarlas en los monumentos de México.
En el Tíbet, lo mismo que en la India y que en Java, se emplean ciertos nombres simbólicos con valor de números; la razón mística de ello nos la proporciona la lengua de los colores.
En la lengua tibetana, Hot-Tkar significa, en sentido propio, la luz blanca, mientras que en sentido simbólico designa la unidad. En la India, Chandra significa la luna y se refiere al número uno, sin duda a causa del blanco resplandor de este astro, símbolo de la sabiduría divina.
La China adoptó la doctrina de Persia sobre la lucha del genio bueno y el genio malo, de la luz y las tinieblas, o del calor y el frío, y la reprodujo con los nombres de materia perfecta y materia imperfecta.
Los escandinavos dieron nueva vida a este dogma en los Eddas. «En el principio no había cielos, ni tierra, ni tampoco aguas, solo había la boca inmensa del abismo. Al norte del abismo estaba el mundo de las tinieblas; al sur del abismo, estaba el mundo del fuego».
Vemos, pues, que la verdad eterna se encuentra inscrita en los códigos sagrados de todos los pueblos; sólo Dios posee la existencia en sí, el mundo emana de su pensamiento. El color blanco fue primero símbolo de la unidad divina; más adelante, designó el principio del bien en lucha con el principio del mal. Correspondió al cristianismo restituir el dogma y su símbolo en su pureza primigenia; y cuando, en la transfiguración, la faz de Cristo se hizo brillante como el sol y blancos como la nieve sus vestidos, los apóstoles vieron aparecer en el hijo de Dios a la propia Divinidad, Jehovah.