Después de haberos abandonado a Dios y a su gracia en la oración, buscad en vosotros todo lo que os incita al pecado y esforzáos por separarlo de vuestro corazón, orientándolo hacia lo que es opuesto. Por ese medio desarraigaréis el pecado, cuya fuerza será destruida. En esta tarea, dad toda libertad a vuestro poder de discernimiento y dejadlo conducir vuestro corazón.
Esta lucha contra las fuerzas del mal es absolutamente esencial, si queremos quebrar nuestra voluntad propia. Es necesario continuar combatiendo contra sí mismo hasta que, en lugar de esa piedad y esa autocompasión nos sintamos sin piedad y sin compasión hacia nosotros mismos; continuar combatiendo hasta que tengamos el deseo de sufrir, de agotar nuestra alma y nuestro cuerpo. Es necesario proseguir ese esfuerzo hasta que, en lugar de buscar complacer a los hombres, experimentemos un sentimiento de repulsión contra todos los malos hábitos y todo lo que les está asociado, hasta que los podamos resistir con coraje y tenacidad, sometiéndonos al mismo tiempo a todas las injusticias y todos los malos tratos que nos serán infligidos por tal causa. Es necesario continuar hasta que nuestro apetito por las cosas materiales, sensibles y visibles, desaparezca completamente y sea reemplazado por un sentimiento de disgusto hacia esas cosas; entonces tendremos, por el contrario, hambre y sed de lo que es espiritual, puro y divino. En lugar de ligarse a la tierra, en lugar de poner todo su bienestar y su vida en este amor, el corazón comienza a ser colmado por el sentimiento de no ser sobre la tierra más que un peregrino que aspira a reencontrar su patria.
Ysabel de Andia: Mystiques d'Orient et d'occident
O grande combate espiritual é o combate da oração.
Evágrio, em seu tratado "Da Oração", antanhos atribuído a Nilo do Sinai nos previne:
E:
Aquele que oram devem vencer os pensamentos, suscitados pelo demônio, e em particular aqueles do demônio da acídia que segundo Diadoco de Photiki, conduz a alma, por excesso de tristeza, à "falta de esperança e de fé".
Assim segundo o mesmo Diadoco como para santo Inacio de Loyola nos "Exercícios Espirituais", isto pelo que se reconheciam os espíritos maus, é que eles conduzem a alma a uma atenuação da fé, da esperança e da caridade, enquanto a consolação da alma pelos anjos ou o Espírito Santo ele mesmo aumenta nela a fé, a esperança e a caridade.
O crescimento da vida teologal é portanto o signo da vida no Espírito e todas as purificações da alma na Noite Escura não eram mais que purificações da fé, da esperança e da caridade.
Isaque o Sírio: